lunes, 21 de diciembre de 2009

Nonato

De Carlos Casas


El pequeño estaba sobre una grada. Interrumpía la subida. Sonreía un letrero que marcaba 15 y 20 soles, TV con cable y agua caliente. El hotelero lo encontró y un asombro le abrió el pecho. “¿Qué mierda haces ahí?”, dijo como queriéndole dar un golpe. El niño no podía mirarlo, parecía no escuchar, no tenía zapatos y parecía no arreglarse. Era un día cualquiera, sin embargo no entraba mucha gente. Se tenía que sacar al niño, esa manzana no debía estar en el inodoro. Tendría que salir. Enrique pensó entonces “De dónde chucha salió este mierda, ¡tamadre¡ paltea…pero si lo… qué palta…quién lo habrá dejado…seguro una de esas perras…¡tamadre¡ me cagan la noche …”

El manzano se quebró en un llanto, se garro sus rodillas y parecía envolverse en una coraza. Cubrió sus ojos de tristeza e intentó no hacer ruido. No se le podía acercar ni darle una frase dulce. Nada sería posible. Es que un hombre recuerda que fue niño cuando ve a otro llorar, piensa en su tamaño y le entra el mismo miedo. Recuerda un llanto pasado, piensa en sus padres, mira esa tristeza o voltea simplemente.

Alberto tenía todo planeado. Sabía que Cristina estaba sola, ella no conocía mucho, tan un susurro le abriría las piernas. Había muerto su hermano, su novio la había engañado, no tenía sueños, nada ocupaba su vida. Solo el instante la hacía feliz. Esto lo sabía Alberto. La llamó y rápidamente llegó. Estaba linda y se le notaba la tristeza, entonces el único final. Subieron a un cuarto que marcaba 305.Entraron y ella se desvistió con el televisor prendido. Lloró, vio un gran dilema y una culpa inmensa. Entró al baño y se fue. Prometió nunca más volver. “Nunca más”.De pronto dos persona se unen y parecen dos mentiras, se abrazan y las mismas piernas.

Dejaron una gran mancha. Un montículo de semen se juntaba con los rojos. Miles de pequeños buscaban aire. Solo uno logró encontrar su esfera. Crecía, crecía, le salían manos y unos ojos redondeados; se agarró de los dobleces. No quiso morir. Nada lo iba matar. Mamá y papá se habían ido, sin embargo no iba acabar su corazón.

Parecía gusano, un pedazo que se une con otro pedazo. Un día llora y se va. Se fue haciendo mientras no lo miraban. Se hacía más fuerte y más grande. Un día lloró. Gritó porque el mundo es mucha luz, mucho sonido y miles de caras, por eso llora, porque todo le asusta, llora por que no sabe, llora porque no puede hablar, solo puede abrir la boca y llorar.

El niño se acercó al muro, levanto la mirada y le dijo al hotelero “De ahí vengo, de ahí…”, levantó la mano y señalo hacia arriba. Subió y encontró abierto el 305, entró un poco asustado, vio la sábana más blanca. Era el cuarto en donde la gente se quejaba. Decían ver a un duende; otros decían ver a un niño en el baño, otros decían que alguien lloraba, pocas personas no se quejaron .

Enrique bajó y recordó la historia de la sábana manchada, de esa sábana que nunca salía. Se detuvo y dudó un momento. “No será el duende, el demonio…conchasumadre, de repente me voy a morir…qué chucha es ese niño… ¿será el duende?”. El hotelero bajaba sin hacer mucho ruido, cambió el tono de su voz y preguntó: “¿De dónde vienes?,¿Cómo te llamas?,¿Qué eres?” .El pequeño había continuado llorando, parecía cansado y sin mostrar el rostro pronunció palabra. “Tengo frió…hambre…se…señor…”, entonces el hombre le alcanzó un chocolate, lentamente lo escondió, trató de verle la cara, pero parecía no mirar a nadie. Volvió a preguntar con temblorosa voz “¿De dónde vienes?”.

“Mamá lloraba, dijo “nunca mas”, papá estaba contento, pero también se fue. Soy como papá. Siempre tengo frío, ese cuarto es feo, muchos entran…yo pensé que papá entraba, pero no…todos ahí se quitan la ropa, las mujeres lloran, luego ríen, unas parecen que lloran y dicen lo mismo que mi mamá. Un día me agarré bien fuerte, nunca más caer, giraba todo, había mucha espuma y el aire se hizo limpio. Siempre hay comida, hay silencio y agua…Los hombres también gritan en el baño. Me asomaba y me daba miedo. Es que tengo miedo. Mi cuerpo llora, siempre llora…pero papá ayudará llorar. Un día dejaron pollo…comí, tomé un poco de agua y me dolió la barriga… cuando la señora entra a limpiar me escondo. No me ve. En el día entran personas y no me ven, si papá entrara me vería. Ahí crecí como un gusano, me hice fuerte, soy un … no sabía si era un durazno o manzana, solo crecí en una arruga…tengo hambre…tengo hambre”

Enrique no podía enlazar lo que decía, no entendía nada. Solo sabía que ese pequeño estaba solo, era muy triste y pequeño, ese niño parecía ocultar más cosas, pero no volvió a hablar. No había nada que hacer, pedirle que se marchara no parecía correcto, pero tenía que salir de ahí. Fue a traerle más comida; no sabía que darle, solo encontraba sobras, cada vez que buscaba miraba al niño. El niño miró hacía arriba y sentía que lo llamaban. Se levantó y subió corriendo. Al darse cuenta el hotelero lo siguió desesperado, se oyó el golpe de una puerta y el 305 estaba cerrado. No pudo abrir, pidió al niño que abriera, pero ninguna respuesta se notaba, bajó a buscar la llave y no pudo hallarlo; volvió a tocar y ninguna respuesta se asomaba. No quiso gritar, pero quería saber lo que pasaba, quería al menos entender. Pensó en romper la chapa. Entró al baño a mojarse el rostro. Ahí encontró la llave, ese era el número: 305. Estaba más tranquilo, todo tenía que ser una mentira. Nada podía ser absurdo, insertar la llave y saber que fue un delirio. Llamó al niño por un nombre, no supo porqué, pero esa palabra reventó en su boca. Al entrar no encontró nada, nada había. La sábana parecía sucia; buscó bajo la cama, nada había. Todo era mentira, una ilusión de un sueño perturbado o el pequeño duende.

Sonó el timbre en todo el edificio, parecía despertar todo , salió del 305 y abrió la puerta a una pareja joven. Recibió Veinte soles y el DNI. Le dio la llave que tenía en la mano. Sonrió la pareja y subió. Enrique curioseo el DNI y encontró la palabra que rompió su boca. Se asustó y lloró mientras la pareja abría el 305.

domingo, 20 de diciembre de 2009

El Fortín

[De Griselda García, invitada argentina]

Vélez-Estudiantes. Roberto es de River pero dice que el resultado de este partido va a influir en su equipo.

Estamos desnudos. Digo algo sobre la desnudez del alma, pregunto si alguna vez amó a alguien. No me oye. Levanta el tubo del teléfono y pide comida. Vuelve:

—¿Qué decías, muñeca?

“Nada, tarado”, pienso. Estoy transpirando. Se me durmió un pie. En el hotel parece haber funcionado una fábrica de aceite o de gaseosas. El jacuzzi es una cuba donde entrarían fácil cinco personas.

Desde la tele un tipo dice: “Y se queja de que le pegan… y bueno… para eso que no juegue al fútbol, el fútbol es cosa de hombres”.

Qué deporte que me pone nerviosa. No es estético, bello de ver, como, digamos, el tenis. Abro la canilla. No hay división entre el baño y la habitación y la pantalla se llena de vapor.

—¡Nena! ¡Vení para acá! Mirá cómo se puso este aparato.

Se incorpora bufando e intenta desempañar el cristal con una media. Descubro pequeños raspones en mis rodillas. Debería consultar por mi lunar, creo que está más oscuro. Con el agua tapándome hasta el cuello, Vélez convierte el primer gol. Tapo mi nariz y me sumerjo. El agua me hace arder los ojos, veo todo parecido a la sangre. Cuando salgo, Roberto está atendiendo a la mujer que trae el pedido. Le hace un chiste, la mujer ríe y se va.

—Vení a comer, muñeca.

En mi bandeja reposa una milanesa arrugada y gris con varias cucharadas de puré. Unto el puré sobre rebanadas de pan negro. Roberto está hipnotizado. Debe creer que está en la cancha. Le hago cosquillas, le tapo los ojos. Él se ríe y me aparta con una suavidad única. Me doy por vencida. Tomo 7-Up en una copa plástica. Alguien grita en la habitación de al lado. Se oyen risas y gemidos tenues.

—Seguro que sos de las que odian el fútbol. Seguro que sos de Boca…

Por cortesía evito el tema. No lo nota. Tampoco escucha cuando le pido que me deje algo de frazada.

Empate. Se acomoda para ver mejor. Se le dilatan las pupilas, sube el volumen. Los grititos de la otra habitación se mezclan con el gol. Con los músculos doloridos cambio de posición. Con el tenedor en la mano, él me mira. Toma el control remoto y apaga la tele.

Cuando me incorporo, el plástico negro que cubre la cama queda adherido a mi espalda.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

REM VUL

Pequeños vestigios de sangre muerta ascendían el orfeón. Súbete a la mesa que no te haré nada

Introduje mi cabeza bajo su falda

Al ingresar a la habitación cerré la puerta que llevaba al balcón. El bullicio de la avenida Angamos y la Vía Expresa eran la música romántica de aquella noche de cerezas de vulva.

Súbete a la mesa que te recitaré un poema. Los asistentes observaban quietos mientras yo acercaba mis labios a los suyos cuando hube de subir a la mesa junto a ella.

Descendía y acercaba mi puño a su vulva. Yo creía no excitarme, pero continuaba rodeándola con mis pasos, mis labios y puño en la vulva.

Abajo arriba.

Caminaba desde la galería hasta el lugar pactado para la cita. Esperé largos tres minutos. Dije hacia mis adentros: quizá esto sea una premonición de mi performance sexual para con ella.

Mientras esperaba mi turno en el recital, asaltado por una extraña osadía deslice mi mano izquierda por debajo de su longa falda, pretextando atarme los zapatos. Ella pestañaba y me observaba cómplice. El ritmo de su respiración se agudizaba

Ella sobre la mesa, el público quieto, mis labios inmóviles sobre los suyos. Mi sexo inmovilìsimo sobre su longa falda delante de su jugosa vulva.

Hola ¿cómo estas? Bien. Pensé que no vendrías. Si, aunque, luego me encontraré con Javier. Ah ya. ¿Y preparada? Sì. Dime cómo, cuándo y dónde. Aceptarías ir a un hostal. Claro total solo ensayaremos para el recital. ¿Segura? Sì.

Mira aquí es. Que bien conoces tus lugares querido Félix

Caminamos raudos. Cruzamos el umbral y las puertas batientes como si entráramos a una cantina del Gran Chaparral. Se deslizaba las monedas, el dni a cambio de llaves y un control remoto.

Ya me voy te quedas si. Mañana debo ir a trabajar.

Me escribes para lo del ensayo.

El público aplaudió y sintiòse masturbado mientras yo continuaba con mi boca sobre su boca, sobre la mesa y mi sexo sin sexo sobre su sexo.

Aquella mañana desperté tirado en una avenida de Villa María. Osadamente asistí a trabajar.

Ella se puso de pie sobre el velador. En la tele dos mujeres practicaban box.

Mira Yesenia la performance consistirá en lo siguiente. Mientras yo introduzco mi cabeza bajo tu falda y rozo tus piernas delicadamente con mis labios hasta llegar hasta tu vulva, tù Oralizaràs un tema puntual de nuestra sociedad. Sì claro yo estoy dispuesta a todo por la poesía. Entonces probemos

Introduje mi cabeza bajo su falda. Pero tienes que decir algo. Sí, Félix pero no se me ocurre nada. No sè, recuerda alguna noticia que oíste en al radio. No, yo no oigo ni veo noticieros

Mira Pamela. Me llamo Yesenia. No sé por qué rompí la confianza preguntándole si había condones. No ¿ Y tú? Tampoco. Introduje nuevamente mi cabeza bajo su falda. Deslicé mis labios y respiración entre sus canillas, muslos y finalmente llegué a su vulva preguntando, ¿Está bien así Yesenia? ¿Está bien así Pamela? Sí, Félix está bien, tú sigue no más. Mientras tanto en mi mochila vibraba un extraño objeto electrónico. Quieto sobre el encaje y vulva, deslice hacia abajo el encaje cortés y morbosamente. Ella despegó del velador su pie izquierdo. Ella despegó del velador su pie derecho y el cobertor de su vulva voló rumbo a hacia la nada. Su vellosidad era hospitalaria para conmigo. Ascendí al velador. La besé furioso. Ella correspondió delicadamente. Le retiré la blusa. ¿Félix que haces? Estoy ensayando. Ella quizá arrepentida dijo. No Félix, èsto no esta bien. Me detuve, descendí del velador. Pamela arrastrada por un inquieto espíritu decidió continuar.

Ya esta bien. Dijo. Para ello se había ataviado nuevamente.

Nuevamente deslice mi cabeza por entre sus falda muslos y hasta su risueña vulva, esta vez ya no estaba el cobertor. Mi lengua como si proveyera de algún alimento buscaba incesante su cereza. Ella emitía algunos sonidos. Quisiera creer que eran reales. La tumbe a al cama. Me arranque el pantalón, no sé para que porque continúe con las caricias del lenguaje, una inmensa cereza acariciaba mi lengua. Listo, introduje mis miserias en ella. Pa pa pa pa pa pa pa pa pa pa pa pa. Más allá de la excitación cada quien buscaba ahí a sus padres.

Papapaapapa. Arrepentimiento. ¿No haz traído condón? Me auto desalojé de su vulva y me acosté al lado de ella.

Hablamos nimiedades mientras en al tele la pelea de box femenino continuaba.

Mi padre murió. Mi madre murió

Ya no tenía deseos de tocarla. El objeto electrónico en la mochila continuaba vibrando.

Vámonos. Si vámonos. Fui al baño a coleccionar los pequeños vestigios de sangre muerta en el orfeón

El control remoto y la llave a cambio de otras monedas y mi dni.

Me acompañas a hablar por teléfono. Si claro.

Hola Carlos y vendrás. Ah ya, entonces te espero. Félix no te pongas celosito que es solo mi amigo.

¿Irás al recital? Claro Félix, pero antes me llamas Ya entonces nos vemos ese día luego de que te llame.

Cruce la pista y desaparecí.

Ayer encontré su número en un diccionario de lengua inglesa

Hoy el volveré a llamar. Ella nunca asistió al recital…

Por Félix Méndez

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Este no es un hotel en Lima



Es un Hotel en Cusco, pero resbalosas hay en todas partes...
[Colaboración de Lorena Torres]

martes, 1 de diciembre de 2009

La primera vez



La primera vez que posé desnuda, fue en un hotel de Lima

Rarezas sutiles

Tenía un novio muy raro que nunca podía acostarse conmigo a menos que no hubiera un amigo ponchito por allí. Tenía pavor a dejarme embarazada. Si no había un condón por allí podíamos hacer de todo pero no me penetraba.

Un día en un hotel de mediopelo del Centro de Lima se rompió el condón y casi se muere del susto. Yo de puro trauma me limpié con las sábanas asquerosas.

Pero esa no era su única manía, nosotros siempre íbamos a un hotel en la Brasil. Lo primero que hacía era tapar los cuadros, revisar las lámparas y la luz principal. Luego cogía las frazadas extra y las ponía encima de los cuadros. Al principio era bien sutil y solo levantaba los cuadros de cualquier hotel a donde fuéramos, pero luego no perdía oportunidad para revisarlo todo.

Claro que también era de los que recogían su ropa y la doblaba luego de calatearse y de los que tendía la cama antes de irse.

Un tipo raro de verdad…

domingo, 22 de noviembre de 2009

Pasa el dato



Colaboración de Lorena Torres
[Gracias Lorena! y disculpa los malos entendidos]

domingo, 1 de noviembre de 2009

JISTORI VULPEZ

Mi boca succionaba desde su cuello, el espíritu indescifrable del instante. Él ingresaba y salía a hipotéticas vulvas mientras rozaba los linderos de lo que realmente deseaba. Dentro de una instintiva y tortuosa ceguera. Sí, pequeña y férrea lid de piernas y pubis.

-Muy buenas noches, una habitación por favor. Sofía se agazapaba detrás de mí, como replegándose ante un inevitable crimen mariano. Días antes previne y busqué, el refugio adecuado, para què, en el día de la lid de carne, recaer en él, sin previos regateos silentes y económicos. El amor carnal trae adherido su propio régimen económico.

Luego de deslizar mi DNI y controlar el temblor de mis piernas, nos deslizamos juntos y sigilosos hacia la habitación 302. Era domingo y el refugio contaba sus adeptos. Portaba una llave en la mano izquierda y otra, entre las piernas, mientras ella traìa consigo la puerta de carne que, imagino brillaba o se perdía en un extraño desierto de necesidades.

Ovillada ella, y yo, como una bestia queriendo transponer sus linderos, rodábamos por sobre el recubrimiento de cuero del lecho de la habitación del hostal. Ella, dentro de un interno plebiscito cuya respuesta dudosamente negativa e itinerante se superponía con esporádicos jadeos propios de la adrenalina provocada por su esquivo sexo, y, por el ímpetu del aguijón entre mis piernas.

De vez en vez nos deteníamos, ella se cubría con las sábanas, que yo, luego arrancaría desde su regazo, nuevamente, como pelando un fruto vívido, y yo, descansaba exhausto abstractamente, por el instante esquivo.

Harto, me quité el condón y lo lancé, azarosamente sobre un cuadro del sagrado corazón que, vio perdido el mismo ante la furia de mi extraña puntería, de la que carecía en aquella proto-violación. -¿Pero para qué hemos venido? Ella, frecuentemente mutis, siendo ello una perversa metáfora del instante, deslizó desde sus labios carnosos, una de las poquísimas frases, que esbozó, aquella tarde de domingo. –Pensé que hablaríamos de nosotros. Yo sonreí furioso mientras me arrepentía de no haberla emborrachado y con ello, ya satisfecho, combatir mis sentimientos de culpa.

Ya decidido a vestirme y largarme del “refugio frustrante” me animé a un último ataque hacia su piel, cuya única estrategia, era el ingreso a sus feudos carnosos, preso de la única potencialidad, la fuerza y el ímpetu, como un cuchillo que llevado por la fuerza de la mano del carnicero, decide seccionarla, simplemente. En ello, nosotros nos conformábamos ya, con el furtivo roce entre sus muslos, vientre, brazos y otras regiones de su caprichoso e infranqueable cuerpo. Ella resistía, mientras yo controlaba mis fuerzas, sujeto y comandado por los sentimientos de culpa que, trae consigo la educación. Un extraño golpe de timón, hizo que escupiera la siguiente frase imperativa: -¡Vamos! chápamelo Sofía. La sentí debilitarse al morder una tenue sonrisa, luego de oír mi “tentadora propuesta”. –Si no dejas que hable con tu entrepierna por lo menos mámamelo. –Eres un idiota. Replicó. Yo insistí avasallante, sintiendo ya a él, ingresando por entre sus labios tocar su lengua y tener unos extraños frenos entre sus incisivos. Hasta que sentí que, una parte de mí, era un oso hambriento que, despistado por la ceguera de su furia caía en una trampa. -Ah, ah, ¿Qué haces conchatumadre? Pregunté, mientras me replegaba, mirando mi entre pierna que, en ese instante se teñía de rojo. -¿Qué te pasa conchatuamdre? Grite inquirente y sorprendido, luego de reflexionar rápidamente que, de intentar herir simbólicamente su cuerpo, terminé mordido y con la aguijón mordido. Furioso me abalancé sobre su cuello y empecé a, ahorcarla, mientras ella tomaba mayor fuerza, amarguísimo por el fiasco, me puse de pie y empecé a patearla, una de aquellas patadas, cayó certera en su rostro haciéndola explotar y emanar sangre desde sus labios. -Toma conchatumadre. Grite mientras me percaté que, ella lucía semi-inconsciente. Pensé, en aprovecharme de ello e instalarme dentro de ella en aquel instante, pero decidí largarme del lugar y dejarla del lado de su jueguito de chiquita difícil. Me percaté de que respirara, me vestí cerciorándome que, la mordida eras leve, quise masturbarme para eyacular sobre su rostro, pero, me dije.

–Mejor te escupo. Lo hice y lancé la llave cerca a su cuerpo y, abandoné el lugar. Ya en la recepción y ante la pregunta del dependiente.

-Señor su DNI. -No señor, ya vuelvo, voy por un juguete. El sonrío cómplice y continuò con su crucigrama.

Ya en la calle la imagine riéndose y fingiendo su semiinconsciencia para verme partir llena de miedo.

Muchos días depuès, caminaba ebrio y cavilante por aquellas calles y, la vi, acompañada de un “suertudo consorte”, renegociando el ingreso a uno de los innumerables refugios de aquella oscura y excitante zona. Aceleré el paso para ver desde cerca el rito. Él le cedía el paso, pero ella, insistía en que él, lo haga primero, y, al pasar yo cerca de ellos, la vi virar la mirada y no sé, si al reconocerme o sintiéndose actriz de una pieza farsezca, sonreía ante la seudo complicidad de mi mirada fisgona y, luego ver perderse junto a èl en el cenit de la escalera del aquel refugio. Picado por la sed de revancha, fui raudo hacia las verdaderas putas, para asilarme entre un refugio de carne. Yo silbaba en el trayecto…

Por Félix Méndez

martes, 20 de octubre de 2009

Entre Juana y María

Mi novio y yo siempre vamos a pasar los fines de semana a un hotel en Pueblo Libre, es como nuestro departamento. Casi siempre es la habitación 202. A veces llevamos cosas para cenar, a veces llegamos ebrios de una fiesta y a veces, nos drogamos. Ocasionalmente, él lleva yerba aunque no soy muy aficionada a ella porque jamás he sentido nada especial al fumarla, simplemente me pongo más malhumorada que de costumbre.

Sin embargo, la última vez fue completamente distinta. Estábamos medio desnudos en la cama, él saco una pipa de coco más eficaz que mi elegante pieza de madera y fumó, luego me la pasó y jalé tanto que me atoré. Esa noche fui verde, morada y roja. Se me cerró el pecho, tosía como loca, él comenzó a vestirse desesperadamente para llevarme a la clínica y cuando ya estaba listo, todo se detuvo.

No se detuvo mi corazón tampoco dejé de respirar, pero sentí como el cerebro se me llenó de humo, fue como si me tragara un enorme nudo estando de cabeza. Pasado el susto, nuestras reacciones no fueron habituales, él estaba preocupado por lo que me había pasado y yo hablaba incoherencias, luego de mis cantinfladas, él reía demasiado.

En cierto momento, mientras yo jugaba con sus pies debajo de la sábana, pasó algo extraño. Juana la loca, paseaba alrededor de la cama. Tengo una obsesión con ella, una relación conflictiva y excitante, me encanta y me da curiosidad saber de su vida pero siempre pensé que si la hubiese tenido cerca se me escarapelaría la piel.

Me tapé por completo con la sábana, mi novio me preguntó "¿Qué te pasa?" y le conté, nos abrazamos, nos cubrimos y no fue suficiente, Juana seguía rondándonos y cada vez me daba más miedo. Convencí a mi chico para escondernos de ella y creímos que el lugar más seguro, era debajo de la cama. Ahí pasamos parte de la noche.

Ese día concluí que la buena María te atora y te hace alucinar

domingo, 18 de octubre de 2009

SEDAZO

Incontables días no habría de recorrer aquellas dunas càlidas que, con gestos y caricias invisibles, intentaba atraer hacia mí. Sus labios brillaban delicados, por mi insidiosa baba sobre el vaso, mientras èl, emitía fonemas, indescifrables para mí, los sentía, a su vez, febriles sobre mis muslos y culo. Las dosis del dios líquido, aumentaban y afiebraban mis senderos de fantasía. ¡Cabrazo! ¡Bésame! ¡Cabrazo ingresa en mí! ¡Sé que eres igual que yo! ¡Que me deseas! ¡Que deseas ingresar hacia aquellos parajes cavernosos, donde la furia se torna en ebulliciente efervescencia de la sed y la carne! ¡Carne contra carne! ¡Sed contra sed! Era hermoso estar a su lado rozando sus muslos mientras observábamos los muros de la ciudad y de nuestra piel, los de nuestra propia sed. El dios líquido continuaba con sus caricias por entre nuestras entrañas, mientras nosotros decidíamos, por cuentapasos y cuentavasos, cruzar aquel puente, cuando soslayábamos nuestros cuerpos rumbo a nuestro apiadado infierno de cemento y baba, en cualquier esquina, para al amanecer, sentir que, la cordura y la razón esfumaba mis deseos, y en ti, la sola presencia cercana a mí. ¡Chau Jaime! ¡Chau Félix! Al verte de espaldas, y repleto de rabia, al no haber logrado que me penetraras y al verte el culo prometía emborracharte alguna noche de los días y violarte por ¡cabrazo!


Lo que me parecía ridículo, es que, me sentía igual que, cuando deseaba a una mujer, imaginándote llegar desde cualquier lugar, imaginándote con gestos románticos hacia mí, en la vía pública, en algún refugio de alquiler, y por qué no, en tu casa, o Satán, en la mía, ahora, a quien decía y llamaba “cabrazo”, era a mí. Irónico el pene y su antípoda delante, si delante del ano, aunque, siempre se prefiera por detrás. Lleno de rabia, decidía a despecho de mi fracaso para contigo, irme con mujeres, para castigarte con mi indiferencia, claro, ello a la larga., era un premio para ti, porque ya no sentías el acoso tácito que, imagino, sabias que venía desde mi entrepierna, aunque seguro algún día, hubiera dadote el honor de hacerme debutar desde el ángulo más impuro de los que nos asestamos y avizoramos como reales “homombres”.


-Hola Félix- -¿Què tal? –Tetrallones de segundos después, de los que te dejas ver. Sì, cabro conchatumadre, me voy a costarme con mujeres para llamar tu atención y te levantas hasta a mi hermana, pero no te preocupes, yo también ya me la cachè, claro, pensaba en ti. Decía para las profundidades que deseaba para ti. -Si pues querido amigo Jaime. -Te he traído la antología de poesía albanesa, que haces lunas te prometí y sé que, te agradará. -Mira, toma, ten. -Te la obsequio. Espero que después de esto, te dejes cachar ¡cabrazo! Todo para mis adentros, deseando, que ello, sea el fondo de mis reales propósitos para contigo. -Gracias amigo Félix cabrazo, -¿Disculpa? ¿Supongo que ya estamos en confianza? Mientras me abrazaba, yo sentía su pene semi-duro cerca al mío, deseando y auto inquiriéndome, por què “mochicas”, a este extraño índice, no se le sumaba unos labios superiores carnosos. Satàn, estoy deseando a una mujer en mí, eso es corromper mi lado “homombre”.

-Vamos a “empijarnos” unas reses. -Mientras te leo unos poemas albaneses. Me dijo Jaime mientras yo le respondí a dos voces, una a cuello fuera y otra a contra dientes.

-Claro amigo Jaime, vayamos a disertar sobre la poesía emergente y homosexual limeña, perdoòn, inusual limeña. Él no pudo evitar constreñir el ceño, mientras yo respondía a su vez a contra dientes: -sì embriagueèmosnos, haber si de una buena vez te vuelvo mi mujer y te desato, cabrazo de mierda y claro, te prometo en algún instante ser el paz y vivo. Todo ello mientras èl ya, empezaba a leer esa mierda de poesía albanesa, claro pude mencionar a la de cualquier nacionalidad. Porque toda es, una real mierda.

Que prejuicioso era, fui, soy, mientras recorríamos las calles del centro observaba todas las farmacias para en el menor descuido ingresar a una de ellas, a comprar unos condones, o, còmo no, canchita, para usar la bolsita, porque con los cabros, siempre hay que cuidarse. Reía de mis silentes sentencias prejuiciosas y extrañamente precavidas.

-¿Que pasa Félix? ¿La poesía albanesa te hace sonreír? -No Jaime, lo que sucede es que, estoy recordando cuando pillé a mi hermana, alguna vez, tirando con un vecino. En silencio sentenciaba. En realidad deseaba tirármelo yo. –Hey Félix no te molesta que yo, haya “salido” con tu hermana.

–No estimadísimo Jaime. Mientras me deshacía en gestos, tratando de respaldar mis argumentos orales y abarrotaba el vaso que, servía para èl, si, èl, el cabrazo, porque, aquella noche definitiva e irrenunciablemente, yo, sería el “activido”.

-Fèlix, un toque, quiero mear. -Ya, ahí, en el poste, de paso te veo la pieza, dije en silencio y bromeaba en voz alta, ¿O las vulvas que te coges son elefantes? Comen maníes. Sentenciaba y me reía del chiste que èl, oía sin inmutarse mientras se cogìa la entrepierna y decìa. –No, yo soy un caballerito, yo no orino en la calle, dormiré en cualquier esquina, pero no, orino en al calle. Ya anda, cabrazo de mierda y orina en la pollerìa. Si Jaime, ve, yo te espero e intentaré, recordar un poema belga. El caminaba coqueto y raudo rumbo a la pollería, mientras yo, me dirigí corriendo a una botica de la Colmena para comprarme un maldito condón. Jadeante llegué hasta una de ellas. -Señor judio. -Señor, muy buenas noches, un condón por favor. -Dos cincuenta y vienen tres.

– Ya, listo. -Tome y ¿tendrá alpaz?

-Sì. -Déme tres de cinco por favor. Este cabro, hoy no se me escapa, sì hoy, dije, ansioso mientras dejaba caer las monedas que me costaron el culo.


Corrí rumbo al punto de donde lo vi partir rumbo a la pollerìa sabiendo que, era tan cabrazo que, se jabonaba las manos, con su propio jabón, que llevaba en un sexi y cabrazo morral (que, su hermana alguna vez le obsequió y que, alguna vez se me autobsequiò, pero yo, preferí, irme a la mar blanca) y se acicalaba luego de mear. Cabrazo de mierda, repetía varias veces mientras la ansiedad por cogerlo me consumía.


Cuando llegué al punto en cuestión, él ya estaba ahì. –Què, dònde estabas. Me inquirió, autoritario. –Es que me pareció ver a una dulce amiga y fui tras ella para confirmar si lo era o no. Respondí resoluto, creyendo ser certero. Él ya tenía entre sus manos otra botella cuyo dios liquido portante, incidía por emularnos en aquella noche diletante y vacía de todo.


Y, como dentro de una enrevesada polifonía, los vasos vidriados y descartables, ajados unos y rotos otros o, extraviados al arrojar el concho inexistente del licor que intentaba superponernos a nuestros propios instintos, arreaban a la noche y con ella, a nuestros cuerpos sin rumbo fijo, mientras nuestros deseos quedaban varados en lo que yo, creía una clara inconciencia, todo dentro de un extraño espiral donde me veía caer y sortear mi propia sombra y la suya. Los ojos se cierran, la noche se apaga como si las baterías de un extraño artefacto decidieran mudar su procedencia hasta que, caemos en un sopor, el cual es imposible recordar hasta que, al día siguiente o en alguno del futuro alejado, tememos que, alguien nos lo relate como un extraño cuento de terror en el que, no se es, ni el mediano héroe ni antihéroe. Si hubiera estado consiente, seguro hubiera masticado la siguiente frase: la noche se acabó y a lo único que penetré, es a mis imposibles deseos.


Desperté desnudo y creyéndome solo, en una habitación, largamente mejor a la mía, él a mi lado, también desnudo y con el cuerpo lleno de frases con tinta negra que no me detuve a leer, aunque, varias tenían el adjetivo sustantivado, cabrazo, su culo lucía ensangrentado y mientras viraba la mirada en todas direcciones, hallè una botella transparente cuyo pico también lucía restos desangre. Sentí tal miedo que, me vestí con lo que encontré a mano y abandoné la habitación sintiéndome el màs cabro de aquel rezago de la noche, y, prometiéndome que, por ninguna razón averiguaría por què, sentía un extraño dolor en lo que en èl, era la fuente de mis deseos.

Han pasado varios años desde aquel confuso incidente y desde aquèl, cada vez que hallo a Jaime en los recitales a los que èl, concurre siempre acompañado por damas, algunas bellas y otras inteligentes y yo, lleno de recuerdos, èl me observa, sonríe picaramente, pero, intempestivamente su risa se torna en signo de rabia, que yo, descifro certeramente hacia mí ¿Qué prevalecerá en él tras el tiempo? Y, siempre, termino por ingresar al baño, despliego aquel sobrecito, inhalo, las razones y la desidia de la propia vida, desempunzo mi cinturón, dejo caer mis vestiduras, luego, hundo mi dedo medio izquierdo en mi culo., nuevamente luego, y, tras una rápida pero febril fricción, eyaculo tristemente. Siempre tocan la puerta. Yo ignoro el sonido…


POR FÈLIX MÈNDEZ

viernes, 16 de octubre de 2009

Afectos en alcohol

Eran casi las 2 de la mañana, yo había estado bailando desde la media noche en el Yacana y todo parecía tranquilo.Ese viernes llegué sola, esperaba a unos amigos y como no llegaban, me fui a bailar en un rincón. De pronto me rodearon muchos tipos y yo me le abalanzaba a uno, que pensé que era mujer, cuando veía a un mañoso por ahí.

Con tanta cerveza y tanto baile me dieron ganas de ir al baño, crucé al otro extremo del bar, entré asegurando bien la puerta y al salir un tipo me arriconó contra la pared del pasadizo y me dijo "te doy todo lo que quieras pero quédate conmigo". Lo miré desconcertada, viéndolo poner billetes en mi escote tonero, ni siquiera me fijé de cuánto eran, los saqué inmediatamente y me quedé mirando al susodicho completamente consternada pero con algo de compasión. Luego pensé "si es que nunca tengo nada que perder, ¿por qué no arriesgarme a saber qué es lo que quiere este pobre diablo?"

"Está bien, me quedo contigo". Me llevó a la barra, dónde había estado bebiendo y me dijo que pida lo que quiera y yo elegí cerveza, como siempre. Por un momento intenté hablar de algo coherente con él pero era imposible, estaba muy ebrio, intentó besarme pero al ver su boca babosa volteé la cara y le dije "¿Qué te parece si mejor vamos a otro lado?". Hasta ahora no entiendo bien por qué le propuse eso, fue algo de momento.

Pagó lo que no acabamos de consumir y nos fuimos. En ese instante, pareció habérsele quitado lo borracho y a la luz, era muy guapo. Tomé ventaja y le pedí al taxista que nos lleve a Magdalena, a un hotel que queda a dos cuadras de mi casa.

En el auto, este chico al que nunca pregunté su nombre, me miraba y me tocaba el cabello, no se puso faltoso como al inicio, en determinado tramo del camino se recostó sobre mi pecho sin decir nada. Saqué dinero de su billetera y pagué la carrera.

El guachimán del hotel me ayudó a llevarlo dentro, otra vez saqué dinero y pagué la habitación, pero esta vez vi en su billetera varias fotos rotas de una misma chica, ahí entendí el por qué de su borrachera. Entramos y nos sentamos. Yo no pretendía tener sexo con él, sólo me mataba la curiosidad por saber qué le había ocurrido, por qué se había puesto así. Él quiso tocarme y me negué, de hecho no tenía ni como ponerse violento porque me lo bajaba de un lapo. Luego se puso a llorar y me contó su drama, que no tendría lugar en este relato, lo escuché hasta que se quedó dormido.

A las 4 de la mañana, volví caminando a casa.

jueves, 15 de octubre de 2009

Un novio, un tire, dos hoteles

Tenía un novio maniático que cada que llegaba a un hotel revisaba todo el cuarto. Primero las paredes. Luego levantaba los cuadros a ver si habían cámaras, abría los pequeños closets, y terminaba cogiendo las sábanas o las casacas o esa cobija que siempre te dan de más y la ponía encima de los cuadros. Cuando terminaba corría al baño a lavarse. Lo hacía compulsivamente una y otra vez. Nunca quiso masturbarse frente a mi, le parecía tonto. Y luego de haber tirado recogía su ropa y la ponía en la mesita de noche. Antes de irnos tendía la cama como quien olvida que una cama de hotel es un cuarto prestado.

Luego una vez era un año nuevo yo estaba circunstancialmente soltera y mi amigo guapo tb. Habíamos brindado de más en al casa de un amigo y lo habíamos hecho a medias en el baño. Nos quedamos con las ganas y yo lo meti a uno de esos hoteles parejeros y puteriles del centro de Lima. Me pareció un chiquillo cuando miró la ducha y dijo con inocencia: asuuuuuuu, ¿nos bañamos? No me pareció tan chiquillo cuando me monto. Me confeso que nunca había tenido sexo oral, que quería hacerlo conmigo. Me miró de nuevo como chiquillo y dijo: ¿me dices por donde voy? Se lo expliqué pero ni aún así llegué. Bueno, tiene a su favor que no me va el sexo oral. No pasa nada cuñao.

miércoles, 14 de octubre de 2009

La noche inolvidable

Situaciones siempre confusas. Tenía que despedirme del Museo por lo alto, beber todo el vino que pudiera y vivir una noche inolvidable. Esa mañana al despertarme y darme cuenta de que estaba viva –y no precisamente rebosante de alegría por ello–, una extraña sensación de carencia me embargó; presurosa me acerqué a un espejo y allí noté que todo estaba en su sitio: dos brazos, dos piernas, dos ojos, una nariz, un ombligo, cabello despeinado, etc., etc. A pesar de la situación, no dejé de ser un animal de costumbres y como todos los jueves me duché, tomé café pasado mientras escuchaba música y me puse las zapatillas verdes que tanto me gustan; aún haciendo un considerable esfuerzo por deshacerme de la sensación de carencia, no pude. Camino al Museo concentré cada milímetro de cuerpo en la habitual tarea de no tener contacto humano físico, ni visual, ni bajo ningún sentido posible; pero la sensación ésa siempre estaba presente. El resto del día transcurrió así: abrí salas de exposición, redacté notas, cafecito, carencia, revisé archivos, carencia, almuerzo, redacté más notas, cafecito, carencia, cerré salas de exposición. Luego de devolver las llaves de las salas me senté en el borde de la pileta del Patio de Fresas –había otros cuatro patios, pero ese tenía ese no sé que barroco que tanto me gustaba para quedarme allí encendiendo cigarrillo tras cigarrillo–, fue cuando apareció el sujeto de las manos hábiles, sólo a él pude yo contarle de la impertinente sensación de carencia, “estás loquita nomás”, me dijo con aquella sonrisa siempre encantadora que lo hacía inconfundible. Fuimos a recoger mi bolso y salimos de allí, juntos caminamos por las calles apestosas del centro al encuentro del resto del grupo para la celebración respectiva. Lo cogí del brazo y me sentí maravillosa, es que los dos hacíamos número par y los números impares siempre se me habían hecho perturbadores. En Rockola nos encontramos con los otros, bebimos vino y conversamos, pasaron las horas y el resto dejó de importar, sólo existíamos en el mundo: la sensación de carencia, el vino, el sujeto de las manos hábiles y yo. En algún momento recuerdo haber visto la hora en mi viejo reloj (marcaba la medianoche), un momento después él y yo nos acercamos a la Rockola a escoger una canción –nos decidimos por Motivos de los Morunos–, lo cogí del brazo y sentí su nariz en mi mejilla y fue entonces que supe qué era aquello que había carecido en todo el día, lo supe porque la recuperé; libido, eso era lo que me hacía tanta falta y cabe mencionar que me hacía tanta-tantísima falta porque libido era lo que más me había sobrado en toda mi vida.

Yo, siempre ansiosa de sexo, siempre deseosa de placer, siempre muriendo por algún hombre –y no muriendo amor, sino muriendo por ser penetrada, ser lamida y ser tocada–. La disciplina que me caracterizaba en mi trabajo y en mi casa, la aplicaba también en mi búsqueda de parejas, cada uno tenía que ser mejor que el otro, grandes, fuertes y con manos voraces (y con capacidad suficiente para hacerme sentir insignificante, pero gozosa).

El caso fue que todo resultó curioso, pues inmediatamente el sujeto de manos hábiles rozó su nariz en mi mejilla, inmediatamente volvió mi libido, inmediatamente perdí la memoria; lo siguiente que recuerdo es que desperté en una cama de hostal, desnuda, sólo llevaba puesto mi viejo reloj (que marcaba entonces las seis de la mañana). El sujeto de las manos hábiles dormía a mi lado, me quedé allí tendida a su costado un buen rato, hacía esfuerzos impresionantes por recordar cómo habíamos llegado hasta allí, pero fue inútil. Me levanté y vestí sigilosa, miré por la ventana y calculé que estábamos en un cuarto o quinto piso; el hecho es que la culpa era porque el sujeto de manos hábiles tenía novia –una muy desagradable y mentirosa, pero novia–, tratando de no hacer ruido con las zapatillas me acerqué a la puerta y entonces escuché su voz: “¿Dónde vas?”, cuando lo vi desnudo sobre aquella cama inclinada, pensé: “¡Qué más da! No recuerdo nada y no me iré de aquí sin tener sexo memorable”, me desnudé nuevamente y me lancé sobre él. Sus manos acariciaron mi cintura y estaba tan excitada que me introduje su pene erecto fácilmente, aunque disfruté cada momento con loca pasión, no tuve orgasmos esa mañana; igual tuve la satisfacción de tener entre mis piernas a un hombre grande y fuerte, al menos eso creí en ese momento, no sabía que a partir de esa noche empezaría una relación trágica e inestable, no sabía que lo tendría un par de años entre mis piernas y menos aún sabía que encontraría un par de manos más firmes y más seguras que las suyas luego del día de nuestro tormentoso final también en aquel feo hostal.

domingo, 11 de octubre de 2009

ROJDUONZO

Aprontado recorría las galerías precarias del mercado. En busca de un cuenco con el que podría beber la sangre de mi primera victima. Confundiéndome con perros y mendigos. Es azarosa la vida del “prèhen” del dios líquido. Un vaho nebuloso surgió de mis fosas y labios lacerados por la enfermedad incestuosa que acarreo desde que no diferencié, a la mujer, de la sangre que llevaba en su vulva como una fuente deliciosa de placer. Los ladridos y gemidos de los harapientos irrumpían contra mi farfullante espíritu. Un arma azul flotaba cerca de mis genitales. La visibilidad nocturna me hacia coger latas, botellas, desperdicios, pero, jamás un cuenco. Ahí, como el diente brillante de un demonio, aquel objeto reflejaba la farola difusa y enmohecida de aquel rincón en las galerías del mercado. El demonio persigue al demonio como objeto o como humano. Ya con el cuenco entre mis garras asquerosas, volvíme hacia mi primera victima. Mi trote se confundía con el tictaqueo de los relojes de quienes esperan morir antes de tiempo. Ellos caminan entusiasmados. Yo también, porque voy rumbo a interceptarlos. No sè como.

Rodeo su cuerpo inconsciente. En un estado de conciencia total. Mi lengua reverbera la pasión mientras raspa su piel delicada y hermosa. Mis uñas asquerosas rozan sus vellos y se introducen en la fuente del placer homosexual. Mi lengua también. Ana despierta. Ana muere. Ana me aloja en su puente como un apéndice interconducto de la humanidad. La depredación para un animal como yo, existe más allá del deseo y la circunstancia que mis propios deseos crean. La paz espiritual es una mierda sobre la que agrego mi propia mierda, cuando hablo, camino o finalmente evacuo la basura que, de la sociedad directamente consumo, diligente y mendicante. Constantemente la dormía para poder hablarle con roces de mi lengua sobre su cuerpo. Penetrarla, jamás podía, había algo conservador, en mí, hacia ella. Sepultar una parte de mí, en ella, era una ecuación divergente en aquel instante. Mi lengua recorría su cuerpo hermoso y dormido. Los soportes de titanio siempre fueron parte de su cuerpo y de los que también disfrutaba.

Aquella noche pertreche mi morral con todas las sustancias a las que mi hermana era débil. Mantequilla, ajos y maní. Sonreía mientras respondía las inquietudes de nuestros padres sobre lo que llevaba en mi excelso morral de disputas incestuosas. Al sustantivo morral, réstale una ere.

Aquella noche no la penetraría. Todo sería un juego pactado, en donde nunca transgrediría mis conservadurismos. Sólo caricias de un hermano a una hermana sedienta de placer, pero, temerosa de verdaderos placeres. La culpa es el motor de nuestros deseos y placeres ¿Existirá la vida después de haber penetrado a mi hermana?

Ingresè al rab. Él, lucía constipado y no por razones bronquiales. Aquel cadáver albo suele morir entre nuestras fosas para resucitarnos del marasmo de equilibrio y perfección, si es que intentamos llegar a ella. Hace diecisiete días que me compré una escopeta. Para asesinar a mi sombra y a sus propósitos. Aquel escritor insecto decía que escribía para morir. Yo camino para morir ensedadamente entre una bala de espuma y un silbido de metal. Contábamos y cantábamos èl y yo. Mientras él caía constantemente al césped de marfil que creaba con sus bocanadas de sal, y, lucia como un cadáver hermoso, lucido. Valga la perfección cuando se rueda. Revoloteaba entre el aserrín, mis pasos y sombras, para eventualmente ponerse en pie y convidarme la razón de sus fosas. Yo no aprendí con la muerte. Nunca haré apologías con el objeto de apologías de aquellas que, justifican sus taras como virtudes ¿Estás bien Jèrick? invítame de tus fosas la sombra alba de nuestra razón imperfecta. Hemos perdido todo, ayer, hoy y mañana. Multiplicaremos las razones de los conceptos de nuestros cuerpos tendidos en la mitad del asfalto y la noche del día. Anímicamente pendemos de una par de fosas y de las líneas que demarcan nuestro campo de sofball. Hay inseguridad en nuestras sombras. Hay formas de cabrearnos decorosamente. Pero esta no es la forma, maldito “rogo”. Sì, maldito “rogo”. Fin de de días que se extravían en nuestros temores. No tenemos nada, levántate “lazareado”. El ánimo se constituía en nosotros, mientras nos arrastrábamos como lagartijas corticoides dentro de los lúcidos. La razón jamás será correcta, pero, no implicaría que me dedique ha aplaudir tus marasmos existenciales. Las columnas sonríen con nuestros espasmos de lagartijas. Las líneas caen dibujadas para nuestras tumbas. Esto es un accidente señor. Oye ¿sabes de mí cuando me pierdo en estas línea s de tierra que cubren mi cuerpo sin epitafio? El silencio es tu vasallo. Doblarse es símil de erectarse. A cuanto adquiriste la basura que nos da vida. Como unos escarabajos excrementeros hacemos rodar la mierda de nuestra alma. ¿Haz leído al “monzón”? Ellos tienen dos manos, nosotros tenemos dos fosas. ¿Te imaginas? Podremos sobrevivir. Tenemos derecho ha ilusionarnos con nuestras taras. Nuestras sombras nos engañan y engullen. No podemos caminar en dos patas. Estamos arreándonos y el sofito es elevado para nuestro ceño.

Hastiado de la represión de nuestros “mis” instintos, la penetré y ¡oh sorpresa! ella abrió los ojos y, cercó sus labios hacia los míos y empezó a morderme

Mientras la penetraba introducía el arma azul en su rostro. Él, su corazón palpitaba galopante mientras cedían sus fluidos uniéndose a los míos.

Besé su cadáver desangrado, la penetré, no sé si por última vez y, me quedé dormido junto a ella, en una de las precarias galerías del mercado. A ciertas horas hay oscuridad total en ellos dos. Uno muerto y otro vivo. ¿Quién era hombre? ¿Quién era dama? Éramos hermanos por consanguiedad materna. Yo sonreía mientras recordaba aquella consanguiedad.

Que dulce es esperanzador era tu cuerpo hermana.

Ana, ana, ana, su corazón dejaba de latir mientras las últimas gotas de mi semen se diseminaban dentro de su vulva. El arma azul se adentraba en el paisaje muortorio de sus ojos.

Señor ¿podría decirme qué hora es? Es hora de que muramos hermana.

POR FÈLIX MÈNDEZ

jueves, 8 de octubre de 2009

Sorpresas te da la vida

Hace un par de años conocí a Mario. Lo vi en la cafetería de la pre un verano y esa fue la primera vez que alguien me gustó solamente para el sexo. Mario es un tipo muy alto, con los músculos marcados, el cabello largo y crespo además de unos ojos bellísimos. Comencé a merendar café y galletas en alguna mesa cercana a la de él, lo veía con su grupo de amigos, cosa que me intimidaba porque yo siempre estaba sola y no acostumbro a conversar con nadie a menos que necesite algo.

Él y yo cruzamos miradas varios días hasta que pasada una semana, comenzó a saludarme. Resultó ser un tipo agradable, inteligente pero un poco creido. Conversamos dos veces y tres días después me invitó a salir

-"¿A dónde quieres ir?", me preguntó amablemente
-"Quiero chela"
- "Yo no tomo...pero bueno, si quieres"

Entramos a un chupódromo por Lince y conversamos de muchas cosas, él con el típico jueguito de manos comenzó a acercarse más y yo no se lo impedí. Terminó dándome un beso en el cachete y supuse que era un tipo medio pavo. Lo besé, fue la primera vez que tuve la iniciativa de hacerlo. Nos fuimos caminando de la mano, luego se olvidó de niñerías y comenzó a tocarme

- "¿Vamos a otra parte?"
- "¿A dónde?", haciéndome la cojuda
- "Vamos"

Parecía conocer muy bien los hostales de la zona. Entramos a uno, pagó y subimos 4 pisos. El me quitó los encajes rojos que sin querer, me puse esa noche. Yo estaba ávida de él, su cuerpo era una delicia. Se abalanzó sobre mi y de pronto lo vi moverse, ajustando los labios, cerrrando los ojos pero yo no sentía absolutamente nada. De rato en rato sentía un cosquilleo leve en la vajina, pero nada más. No pasaron ni 5 minutos para verlo exhalar y quedarse inmóvil sobre mi.

- "Lo siento, no sé por qué me pasa esto"
- "¿Qué cosa?" haciéndome la cojuda nuevamente
- "Es que esto sólo me ha pasado con una chica"
- "¿A qué te refires?" cojuda, otra vez
- "Llego muy rápido"
- "Ah bueno", dije en tono alpinchista para que no se sienta mal, mientras pensaba que debía ser terrible para él que aparte de tenerla chiquita, sea precoz

- "No te preocupes muchacho. ¿Por qué no me cuentas tu problema?"

Nos la pasamos conversando, fui su psicologa por una noche... él me contaba sus conflictos sexuales mientras lo escuchaba con paciencia y atención. Esa noche y unas más, mi única satisfacción fue tocar ese hermoso cuerpo pero luego de tantas sesiones psicoterapéuticas, terminamos siendo buenos amigos.

viernes, 2 de octubre de 2009

Estrella internacional del cine porno – categoría: sexo oral

Había llegado el momento, nada importaba mucho en la vida, trabajaba para vivir y todo se había hecho costumbre, apenas unas semanas atrás, y luego de un episodio de esos que mejor no recordar, regresaba a la vida de soltera; aún se me hacía difícil no tener al lado a quien contarle lo inquietante que se me hacía la gente en las calles, tampoco me acostumbraba a eso de ser una sola e impar –realmente no era tanto el hecho de extrañarlo, era lo perturbador y casi escalofriante que me habían parecido siempre los números impares–. Así pasaron algunas semanas, hasta que llegó aquel día; como de costumbre tomé mi café mañanero, me bañé con agua caliente, cuando me cambié me puse las zapatillas verdes que tanto me gustan y en mi cabeza rondaba una sola idea: ser estrella internacional del cine porno – categoría: sexo oral. Debí ir a la universidad, pero el ímpetu sexual pudo más, luego de la segunda taza de café, partí a buscar algún hotel con wi-fi, se me hizo raro –y a la recepcionista igual– el hecho de haberme registrado sola, pero hay que ser osados cuando se trata de sexo y ¡qué más da! En la habitación 222 fue que empecé con la primera parte del plan “EIDCP-C:SO”, preparé la notebook para descargar todo el porno que mis ojos pudieran ver (categoría: sexo oral) –caigo en la necesidad del soporte teórico antes de iniciar la práctica–, fueron ocho horas maratónicas y vi todo lo pude ver.

Debo acotar dos cosas: primero, hubiera querido compañía humana mientras tomaba las lecciones, pero lo establecido es lo establecido y aún no era el momento, lo bueno del caso es que yo misma pude resolver la satisfacción del deseo, tengo dedos pequeños, pero hábiles; segundo, ¿por qué sexo oral? porque hacía muchos años –¡muchos!– que había dejado de hacerlo, es bueno, mientras se está vivo, usar los cinco sentidos (si se puede seis o siete) y si existía algún sabor que mi gusto –en especial mi lengua– realmente extrañara, era el de aquella porción de piel en la que no podía dejar de pensar. Partí del hotel cuando atardecía, la segunda parte del plan “EIDCP-C:SO” era preocupante, había que encontrar al sujeto que pueda ofrecer el pene ideal para pasar a la práctica del hecho, y cómo saber quién era el sujeto (no sé si esté demás recordar que los hombres no andan desnudos por las calles); bastante alarmada caminé hasta que llegué al parque del pajarito1 , descorazonada y con mucho frío entré a la iglesia con fachada trapezoidal frente al parque, qué bueno que lo hice porque fue allí donde tuve una anunciación postmoderna, “luego de la señal el hombre se hará carne y la carne será tu alimento”, dijo el cura, y así fue que me decidí a esperar la señal. Regresé al parque del pajarito y me acomodé en una banca, como despejando la mente, empecé a balancear los pies en el aire y a tararear en mi mente la canción que se me había pegado. Se había hecho de noche y llovía, quizás llevaba ya horas sentada en la banca y de pronto apareció un sujeto con dedos angulosos2 , se sentó a mi lado y dijo: “¡Qué difícil es tener sexo en Lima ¿No?!”, esa fue la señal. Obviaré lo que sucedió después hasta el momento en el que llegamos a un hostal laberíntico, tuvimos que subir una escalera, pasar por cuatro pasadizos, bajar por un elevador (en el cual tuvimos acción previa), caminar por más pasadizos –hasta que perdí la cuenta– y volver a subir escaleras para llegar a la habitación. Acordamos realizar un par de ensayos antes acomodar la cámara filmadora que llevaba en la mochila, bebimos un trago de colores3 y apagamos la luz, la penumbra y el alcohol todo lo pueden; sobre todo la penumbra y sobre todo el alcohol. Todo sucedió en una silla, el sujeto de los dedos angulosos parecía cómodo allí sentado y aunque me perturbaba imaginarme que mis rodillas tendrían que arrastrarse en ese piso frío y mugriento, preferí no incomodarlo. Él se desnudó por completo, buen tiempo estuve sentada sobre sus piernas, frente a frente, me acariciaba la espalda por debajo de la blusa y mi lengua estaba entretenida en sus labios; luego le di la espalda, siempre sentada sobre sus piernas, podía jurar que mi entrepierna hervía, quizás él pudo haberlo comprobado cuando alzó mi falda e hizo a un lado mi ropa interior, sólo sus dedos me penetraron esa noche. Finalmente, me lancé a sus pies e inicié la sesión, disfruté de ese pene erecto como nunca de otro, el piso mugriento ya no interesaba, toda mi atención la concentré en saborear el momento, para cuando eyaculó yo estaba tan húmeda y caliente que tuve que volver a sentarme sobre él para sentir sus dedos complaciéndome hasta el coito. Después de más alcohol y un breve descanso repetimos la acción, cuando amaneció noté que había olvidado el plan “EIDCP-C:SO”, pero era lo de menos, había pasado una noche maravillosa.

Retorné a casa plena de vida, con una fatiga placentera y mucha sed. Dos días después recién regresé a la universidad y aunque seguía sin tenerle a quien contarle que la gente en las calles me perturbaba, ya la vida de soltera no me incomodaba más, mientras pudiera tener todas las noches a un sujeto de dedos angulosos con quien disfrutar de sexo oral.

[1] En pleno parque hay un poste, como esos verdes con los nombres de las calles que hay en todas las esquinas de Lima, pero con el dibujo de un pajarito: parque del pajarito.

[2] No importaba nada más que los dedos angulosos, pues era lo más cercano que se me hacía a encontrar un hombre con dedos rectangulares, es que había algo en las formas geométricas que siempre me había excitado.

[3] Aunque no tengo la certeza de ello, quizás bebimos cerveza o vino; mi memoria suele cambiar algunos datos a su gusto.