domingo, 11 de octubre de 2009

ROJDUONZO

Aprontado recorría las galerías precarias del mercado. En busca de un cuenco con el que podría beber la sangre de mi primera victima. Confundiéndome con perros y mendigos. Es azarosa la vida del “prèhen” del dios líquido. Un vaho nebuloso surgió de mis fosas y labios lacerados por la enfermedad incestuosa que acarreo desde que no diferencié, a la mujer, de la sangre que llevaba en su vulva como una fuente deliciosa de placer. Los ladridos y gemidos de los harapientos irrumpían contra mi farfullante espíritu. Un arma azul flotaba cerca de mis genitales. La visibilidad nocturna me hacia coger latas, botellas, desperdicios, pero, jamás un cuenco. Ahí, como el diente brillante de un demonio, aquel objeto reflejaba la farola difusa y enmohecida de aquel rincón en las galerías del mercado. El demonio persigue al demonio como objeto o como humano. Ya con el cuenco entre mis garras asquerosas, volvíme hacia mi primera victima. Mi trote se confundía con el tictaqueo de los relojes de quienes esperan morir antes de tiempo. Ellos caminan entusiasmados. Yo también, porque voy rumbo a interceptarlos. No sè como.

Rodeo su cuerpo inconsciente. En un estado de conciencia total. Mi lengua reverbera la pasión mientras raspa su piel delicada y hermosa. Mis uñas asquerosas rozan sus vellos y se introducen en la fuente del placer homosexual. Mi lengua también. Ana despierta. Ana muere. Ana me aloja en su puente como un apéndice interconducto de la humanidad. La depredación para un animal como yo, existe más allá del deseo y la circunstancia que mis propios deseos crean. La paz espiritual es una mierda sobre la que agrego mi propia mierda, cuando hablo, camino o finalmente evacuo la basura que, de la sociedad directamente consumo, diligente y mendicante. Constantemente la dormía para poder hablarle con roces de mi lengua sobre su cuerpo. Penetrarla, jamás podía, había algo conservador, en mí, hacia ella. Sepultar una parte de mí, en ella, era una ecuación divergente en aquel instante. Mi lengua recorría su cuerpo hermoso y dormido. Los soportes de titanio siempre fueron parte de su cuerpo y de los que también disfrutaba.

Aquella noche pertreche mi morral con todas las sustancias a las que mi hermana era débil. Mantequilla, ajos y maní. Sonreía mientras respondía las inquietudes de nuestros padres sobre lo que llevaba en mi excelso morral de disputas incestuosas. Al sustantivo morral, réstale una ere.

Aquella noche no la penetraría. Todo sería un juego pactado, en donde nunca transgrediría mis conservadurismos. Sólo caricias de un hermano a una hermana sedienta de placer, pero, temerosa de verdaderos placeres. La culpa es el motor de nuestros deseos y placeres ¿Existirá la vida después de haber penetrado a mi hermana?

Ingresè al rab. Él, lucía constipado y no por razones bronquiales. Aquel cadáver albo suele morir entre nuestras fosas para resucitarnos del marasmo de equilibrio y perfección, si es que intentamos llegar a ella. Hace diecisiete días que me compré una escopeta. Para asesinar a mi sombra y a sus propósitos. Aquel escritor insecto decía que escribía para morir. Yo camino para morir ensedadamente entre una bala de espuma y un silbido de metal. Contábamos y cantábamos èl y yo. Mientras él caía constantemente al césped de marfil que creaba con sus bocanadas de sal, y, lucia como un cadáver hermoso, lucido. Valga la perfección cuando se rueda. Revoloteaba entre el aserrín, mis pasos y sombras, para eventualmente ponerse en pie y convidarme la razón de sus fosas. Yo no aprendí con la muerte. Nunca haré apologías con el objeto de apologías de aquellas que, justifican sus taras como virtudes ¿Estás bien Jèrick? invítame de tus fosas la sombra alba de nuestra razón imperfecta. Hemos perdido todo, ayer, hoy y mañana. Multiplicaremos las razones de los conceptos de nuestros cuerpos tendidos en la mitad del asfalto y la noche del día. Anímicamente pendemos de una par de fosas y de las líneas que demarcan nuestro campo de sofball. Hay inseguridad en nuestras sombras. Hay formas de cabrearnos decorosamente. Pero esta no es la forma, maldito “rogo”. Sì, maldito “rogo”. Fin de de días que se extravían en nuestros temores. No tenemos nada, levántate “lazareado”. El ánimo se constituía en nosotros, mientras nos arrastrábamos como lagartijas corticoides dentro de los lúcidos. La razón jamás será correcta, pero, no implicaría que me dedique ha aplaudir tus marasmos existenciales. Las columnas sonríen con nuestros espasmos de lagartijas. Las líneas caen dibujadas para nuestras tumbas. Esto es un accidente señor. Oye ¿sabes de mí cuando me pierdo en estas línea s de tierra que cubren mi cuerpo sin epitafio? El silencio es tu vasallo. Doblarse es símil de erectarse. A cuanto adquiriste la basura que nos da vida. Como unos escarabajos excrementeros hacemos rodar la mierda de nuestra alma. ¿Haz leído al “monzón”? Ellos tienen dos manos, nosotros tenemos dos fosas. ¿Te imaginas? Podremos sobrevivir. Tenemos derecho ha ilusionarnos con nuestras taras. Nuestras sombras nos engañan y engullen. No podemos caminar en dos patas. Estamos arreándonos y el sofito es elevado para nuestro ceño.

Hastiado de la represión de nuestros “mis” instintos, la penetré y ¡oh sorpresa! ella abrió los ojos y, cercó sus labios hacia los míos y empezó a morderme

Mientras la penetraba introducía el arma azul en su rostro. Él, su corazón palpitaba galopante mientras cedían sus fluidos uniéndose a los míos.

Besé su cadáver desangrado, la penetré, no sé si por última vez y, me quedé dormido junto a ella, en una de las precarias galerías del mercado. A ciertas horas hay oscuridad total en ellos dos. Uno muerto y otro vivo. ¿Quién era hombre? ¿Quién era dama? Éramos hermanos por consanguiedad materna. Yo sonreía mientras recordaba aquella consanguiedad.

Que dulce es esperanzador era tu cuerpo hermana.

Ana, ana, ana, su corazón dejaba de latir mientras las últimas gotas de mi semen se diseminaban dentro de su vulva. El arma azul se adentraba en el paisaje muortorio de sus ojos.

Señor ¿podría decirme qué hora es? Es hora de que muramos hermana.

POR FÈLIX MÈNDEZ

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