domingo, 1 de noviembre de 2009

JISTORI VULPEZ

Mi boca succionaba desde su cuello, el espíritu indescifrable del instante. Él ingresaba y salía a hipotéticas vulvas mientras rozaba los linderos de lo que realmente deseaba. Dentro de una instintiva y tortuosa ceguera. Sí, pequeña y férrea lid de piernas y pubis.

-Muy buenas noches, una habitación por favor. Sofía se agazapaba detrás de mí, como replegándose ante un inevitable crimen mariano. Días antes previne y busqué, el refugio adecuado, para què, en el día de la lid de carne, recaer en él, sin previos regateos silentes y económicos. El amor carnal trae adherido su propio régimen económico.

Luego de deslizar mi DNI y controlar el temblor de mis piernas, nos deslizamos juntos y sigilosos hacia la habitación 302. Era domingo y el refugio contaba sus adeptos. Portaba una llave en la mano izquierda y otra, entre las piernas, mientras ella traìa consigo la puerta de carne que, imagino brillaba o se perdía en un extraño desierto de necesidades.

Ovillada ella, y yo, como una bestia queriendo transponer sus linderos, rodábamos por sobre el recubrimiento de cuero del lecho de la habitación del hostal. Ella, dentro de un interno plebiscito cuya respuesta dudosamente negativa e itinerante se superponía con esporádicos jadeos propios de la adrenalina provocada por su esquivo sexo, y, por el ímpetu del aguijón entre mis piernas.

De vez en vez nos deteníamos, ella se cubría con las sábanas, que yo, luego arrancaría desde su regazo, nuevamente, como pelando un fruto vívido, y yo, descansaba exhausto abstractamente, por el instante esquivo.

Harto, me quité el condón y lo lancé, azarosamente sobre un cuadro del sagrado corazón que, vio perdido el mismo ante la furia de mi extraña puntería, de la que carecía en aquella proto-violación. -¿Pero para qué hemos venido? Ella, frecuentemente mutis, siendo ello una perversa metáfora del instante, deslizó desde sus labios carnosos, una de las poquísimas frases, que esbozó, aquella tarde de domingo. –Pensé que hablaríamos de nosotros. Yo sonreí furioso mientras me arrepentía de no haberla emborrachado y con ello, ya satisfecho, combatir mis sentimientos de culpa.

Ya decidido a vestirme y largarme del “refugio frustrante” me animé a un último ataque hacia su piel, cuya única estrategia, era el ingreso a sus feudos carnosos, preso de la única potencialidad, la fuerza y el ímpetu, como un cuchillo que llevado por la fuerza de la mano del carnicero, decide seccionarla, simplemente. En ello, nosotros nos conformábamos ya, con el furtivo roce entre sus muslos, vientre, brazos y otras regiones de su caprichoso e infranqueable cuerpo. Ella resistía, mientras yo controlaba mis fuerzas, sujeto y comandado por los sentimientos de culpa que, trae consigo la educación. Un extraño golpe de timón, hizo que escupiera la siguiente frase imperativa: -¡Vamos! chápamelo Sofía. La sentí debilitarse al morder una tenue sonrisa, luego de oír mi “tentadora propuesta”. –Si no dejas que hable con tu entrepierna por lo menos mámamelo. –Eres un idiota. Replicó. Yo insistí avasallante, sintiendo ya a él, ingresando por entre sus labios tocar su lengua y tener unos extraños frenos entre sus incisivos. Hasta que sentí que, una parte de mí, era un oso hambriento que, despistado por la ceguera de su furia caía en una trampa. -Ah, ah, ¿Qué haces conchatumadre? Pregunté, mientras me replegaba, mirando mi entre pierna que, en ese instante se teñía de rojo. -¿Qué te pasa conchatuamdre? Grite inquirente y sorprendido, luego de reflexionar rápidamente que, de intentar herir simbólicamente su cuerpo, terminé mordido y con la aguijón mordido. Furioso me abalancé sobre su cuello y empecé a, ahorcarla, mientras ella tomaba mayor fuerza, amarguísimo por el fiasco, me puse de pie y empecé a patearla, una de aquellas patadas, cayó certera en su rostro haciéndola explotar y emanar sangre desde sus labios. -Toma conchatumadre. Grite mientras me percaté que, ella lucía semi-inconsciente. Pensé, en aprovecharme de ello e instalarme dentro de ella en aquel instante, pero decidí largarme del lugar y dejarla del lado de su jueguito de chiquita difícil. Me percaté de que respirara, me vestí cerciorándome que, la mordida eras leve, quise masturbarme para eyacular sobre su rostro, pero, me dije.

–Mejor te escupo. Lo hice y lancé la llave cerca a su cuerpo y, abandoné el lugar. Ya en la recepción y ante la pregunta del dependiente.

-Señor su DNI. -No señor, ya vuelvo, voy por un juguete. El sonrío cómplice y continuò con su crucigrama.

Ya en la calle la imagine riéndose y fingiendo su semiinconsciencia para verme partir llena de miedo.

Muchos días depuès, caminaba ebrio y cavilante por aquellas calles y, la vi, acompañada de un “suertudo consorte”, renegociando el ingreso a uno de los innumerables refugios de aquella oscura y excitante zona. Aceleré el paso para ver desde cerca el rito. Él le cedía el paso, pero ella, insistía en que él, lo haga primero, y, al pasar yo cerca de ellos, la vi virar la mirada y no sé, si al reconocerme o sintiéndose actriz de una pieza farsezca, sonreía ante la seudo complicidad de mi mirada fisgona y, luego ver perderse junto a èl en el cenit de la escalera del aquel refugio. Picado por la sed de revancha, fui raudo hacia las verdaderas putas, para asilarme entre un refugio de carne. Yo silbaba en el trayecto…

Por Félix Méndez

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