domingo, 20 de diciembre de 2009

El Fortín

[De Griselda García, invitada argentina]

Vélez-Estudiantes. Roberto es de River pero dice que el resultado de este partido va a influir en su equipo.

Estamos desnudos. Digo algo sobre la desnudez del alma, pregunto si alguna vez amó a alguien. No me oye. Levanta el tubo del teléfono y pide comida. Vuelve:

—¿Qué decías, muñeca?

“Nada, tarado”, pienso. Estoy transpirando. Se me durmió un pie. En el hotel parece haber funcionado una fábrica de aceite o de gaseosas. El jacuzzi es una cuba donde entrarían fácil cinco personas.

Desde la tele un tipo dice: “Y se queja de que le pegan… y bueno… para eso que no juegue al fútbol, el fútbol es cosa de hombres”.

Qué deporte que me pone nerviosa. No es estético, bello de ver, como, digamos, el tenis. Abro la canilla. No hay división entre el baño y la habitación y la pantalla se llena de vapor.

—¡Nena! ¡Vení para acá! Mirá cómo se puso este aparato.

Se incorpora bufando e intenta desempañar el cristal con una media. Descubro pequeños raspones en mis rodillas. Debería consultar por mi lunar, creo que está más oscuro. Con el agua tapándome hasta el cuello, Vélez convierte el primer gol. Tapo mi nariz y me sumerjo. El agua me hace arder los ojos, veo todo parecido a la sangre. Cuando salgo, Roberto está atendiendo a la mujer que trae el pedido. Le hace un chiste, la mujer ríe y se va.

—Vení a comer, muñeca.

En mi bandeja reposa una milanesa arrugada y gris con varias cucharadas de puré. Unto el puré sobre rebanadas de pan negro. Roberto está hipnotizado. Debe creer que está en la cancha. Le hago cosquillas, le tapo los ojos. Él se ríe y me aparta con una suavidad única. Me doy por vencida. Tomo 7-Up en una copa plástica. Alguien grita en la habitación de al lado. Se oyen risas y gemidos tenues.

—Seguro que sos de las que odian el fútbol. Seguro que sos de Boca…

Por cortesía evito el tema. No lo nota. Tampoco escucha cuando le pido que me deje algo de frazada.

Empate. Se acomoda para ver mejor. Se le dilatan las pupilas, sube el volumen. Los grititos de la otra habitación se mezclan con el gol. Con los músculos doloridos cambio de posición. Con el tenedor en la mano, él me mira. Toma el control remoto y apaga la tele.

Cuando me incorporo, el plástico negro que cubre la cama queda adherido a mi espalda.

3 comentarios:

  1. Qué bueno. El que nunca entendió nada es Roberto, parece.

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  2. Una joyita. Qué bien contado está ¡y qué atmósfera! Ese tedio es asfixiante. Grande, Griselda.

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